En América Latina el año de 1968, como en muchas partes del mundo, es sinónimo de grandes movimientos estudiantiles. Mientras en países como Brasil, México y Uruguay se verificaron sendos alzamientos estudiantiles ese mismo año, en otros países, como en Argentina y Chile, fenómenos similares se vivenciaron o bien poco antes o bien poco después.
En el caso de los movimientos estudiantiles de Brasil y México de 1968 ambos lograron congregar en su seno a diversos actores sociales, que provenían mayoritariamente de los sectores medios de la población. Así lo plantea un artículo del académico del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la U. de Chile y de la U. de Playa Ancha, Andrés Donoso.
El artículo, titulado Movimientos estudiantiles de Brasil y México en 1968: análisis comparativo de sus demandas, analizó cuáles fueron las demandas y exigencias de signo educacional que estaban detrás de ambos movimientos. El texto fue publicado en la revista Historia y Memoria de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, indexada en SCOPUS.
En él, el académico postula que ambos movimientos tuvieron múltiples banderas –y no solamente una, como sugiere una parte importante de los trabajos dedicados a su análisis-. Dicha diversidad, sostiene el autor, se explica porque fueron diversos los actores sociales que participaron en ambos.
Sin embargo, el artículo argumenta que detrás de esas diversas demandas había una demanda común: la defensa de la autonomía universitaria. “Al mirar en perspectiva el conjunto de reivindicaciones estudiantiles brasileñas y mexicanas formaban parte del amplio arco ideacional que tenía la izquierda educacional latinoamericana del tercer cuarto del siglo XX”, postula Donoso.
Banderas diversas
El movimiento estudiantil brasileño de 1968, con amplia cobertura de prensa, se prolongó por todo ese año, involucró al estudiantado universitario de todo el país y fue liderado por sus principales organizaciones sectoriales, entre éstas la Unión Nacional de Estudiantes. El movimiento estudiantil mexicano de 1968, en tanto, duró toda la segunda mitad de ese año e involucró al estudiantado universitario de las principales universidades del país.
Ambos tuvieron una bandera común, de alcance nacional: denunciaron el accionar de los gobiernos de sus países como autoritarios y, más particularmente, como dictaduras, concluye el autor. Aunque con distintos enfoques: mientras para los brasileños el objetivo parecía ser deconstruir todo lo realizado por los militares; en el de los mexicanos se buscaba lograr una convivencia social donde no se aplastaran las visiones críticas y hasta se las fomentara.
Pero no fue lo único. Ambos movimientos buscaron defender la autonomía universitaria. En Brasil, específicamente se demandó participación estudiantil en los gobiernos universitarios y por el cese de las intromisiones de la dictadura en los asuntos propios del plantel.
A ello se suma, en Brasil, la exigencia de abrir las puertas de la universidad al pueblo, lo que significaba aumentar los cupos –o matrículas– disponibles dentro del sistema universitario y facilitar la estadía de los estudiantes. En México, la demanda fue “una universidad militante”, es decir, una universidad no ajena a los problemas que enfrentaba parte importante de la sociedad, sino como un ente activo en la resolución de dichos problemas.
“Todas estas exigencias dejan vislumbrar que se concedía un papel importante a la educación en la transformación profunda o estructural de la sociedad, aunque se pensaba que dicho papel solo podría desplegarse una vez que se acabara con el autoritarismo imperante”, sostiene Donoso.