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Ciencia: A propósito de un crimen

domingo, 30 de mayo de 2021
Publicado en revista Qué Pasa, 21 de julio de 2011.
Ciencia: A propósito de un crimen
Santiago, domingo 17 de julio. Sin aviso un hombre de 45 años asesina a dos personas, hiere a cuatro y se dispara en la sien. Quedamos consternados ante ese hecho. ¿Por qué? ¿Como sociedad, contribuimos a ese drama? ¿Lo hubiéramos podido evitar? ¿Por qué una persona sin razón aparente mata? ¿Cómo explicamos ese crimen desde la ciencia?

El primatólogo Frans de Waal, en Our inner ape, propone que descendemos de dos primates diametralmente opuestos: el generoso bonobo y el agresivo chimpancé. Los bonobos dejaron su anonimato de especie en vía de extinción cuando una hembra bonobo protegió del ataque de otros monos a un niño que había caído en su jaula. Descubrimos un animal empático con otras especies, capaz de entrar en conflictos con otros para salvar al más débil. El bonobo se diferencia diametralmente del chimpancé, que agrede sin razón aparente, incluso a los de su propia especie. DeWaal plantea que en nuestros genes conviven esos dos primates: la empatía, la solidaridad sin espera de retorno y la agresividad y la capacidad de dañar gratuitamente al otro. En nosotros cohabitan un bonobo y un chimpancé desteñidos. No brillamos por nuestra generosidad ni agredimos a los otros sin provocación. ¿Pero por qué en algunos se rompe ese equilibrio y predomina el chimpancé? Las neurociencias contribuyen a responder a esa interrogante. Se han descrito trastornos en el desarrollo cerebral en psicópatas; por ejemplo, un menor número de neuronas en las regiones anteriores de la corteza prefrontal y una menor actividad de esas regiones.

¿Nos ayudan estos datos para protegernos? ¿podemos aislar a los potenciales asesinos en base a esas alteraciones y en algunos la existencia de rasgos disruptivos? ¿Podemos privar de libertad antes de cometer el crimen? Un debate similar existió en Estados Unidos después del asesinato colectivo realizado por un estudiante en la Universidad de Virginia Tech, en 2007. Sus profesores lo describían como una persona extraña, y un psicólogo recordaba rasgos impulsivos y agresivos. ¿Había que privarlo de libertad porque era extraño? ¿Debemos encarcelar a todos aquellos con atrofias en esas regiones del cerebro? Ciertamente no: las neurociencias ayudan a entender pero no han descrito relaciones de causalidad ni predicen con certeza.

La mayoría de los asesinatos sin una clara razón son cometidos por personas con trastornos de salud mental. Al leer la historia de Israel Huerta surge la sospecha de algún trastorno psiquiátrico. En su historial figuran un despido por mal comportamiento y agresiones a vecinos. En nuestra sociedad, abundan las personas con trastornos mentales a la deriva: el loco de la calle, el alcohólico sin casa. No nos importan hasta el día del drama. ¿Sería otra la historia si los que padecen trastornos mentales recibieran una atención adecuada? ¿Hubiéramos evitado el crimen del domingo? Imposible saber. Pero probablemente disminuiríamos el riesgo, y les ofreceríamos a ellos la posibilidad de una mejor vid.

Por supuesto, éstas son palabras vanas para los deudos de las víctimas. Quizás también además de investigar y dar adecuada atención es necesario aprender a aceptar la muerte. Como preguntaba Nicole Krauss en The Great House: "¿Por qué hay cursos de historia, de matemáticas, de religión... de otras disciplinas inútiles y jamás una clase sobre la muerte? No hay ejercicios, manuales, exámenes sobre la única materia importante".

Autor

CIAE