Para aprender necesitamos simplificar y generalizar. Esto también se aplica a nuestro conocimiento de las personas y se expresa en los estereotipos sociales: atribuimos a alguien ciertas características por pertenecer a un grupo.
Los estereotipos se adquieren tempranamente en la infancia. Estudios con neuroimagen funcional han mostrado que los estereotipos sociales se asocian a la activación de regiones emocionales del cerebro. Los estereotipos son inevitables. Pero nuestro cerebro se caracteriza por la coexistencia de al menos dos sistemas: un sistema consciente, ejecutivo, más reflexivo, y un sistema emocional, más primitivo, automático. Ambos intervienen al interactuar con los otros. Roland Jouvent, en Le cerveau magicien, los compara a un jinete y un caballo. Todo depende de una buena relación entre ambos y de que el jinete conozca y logre controlar el caballo. Interactuar con los otros requiere que logremos controlar la influencia de los estereotipos. Corraborando esa hipótesis, se ha demostrado que la inhibición de los estereotipos sociales se asocia a la activación del cerebro ejecutivo, determinante para lograr comportamientos voluntarios y autónomos.
En mi opinión, Gajardo erró porque mostró estar preso de sus estereotipos. ¿Por qué nos debe preocupar? Es necesario enseñar a los niños no sólo las materias tradicionales, sino también a ser buenos "jinetes": a desarrollar su s capacidades de control. Nacemos con un cerebro ejecutivo inmaduro, que termina de desarrollarse a finales de la adolescencia. Las neurociencias de la educación muestran que determinados métodos pueden ayudar a un mejor desarrollo de este cerebro ejecutivo. Por ejemplo, Bodrova y Leong demostraron en la monografía de la Unesco Tools of the mind la efectividad de juegos de rol basados en la lectura de cuentos. Existe una relación inversa entre nivel de educación y actitudes racistas y sexistas. En suma, para lograr relacionarnos con los otros, libres de prejuicios y estereotipos y tratarlos como nuestros iguales, debemos reconocer la existencia de los estereotipos y la necesidad de controlarlos. Es en lo que falló Gajardo. Él tiene, obviamente, derecho a criticar al ministro del Interior y el Estado de Israel. Pero no tiene derecho a asociar los dos en base a una conducta negativa. Y porque es profesor y dirigente podemos exigirle más que a otros, y que actúe libre de sus prejuicios.