Desde los años 90, los neurocientíficos se han interesado en las bases neuronales de la economía, inaugurando una nueva disciplina, la neuroeconomía, que investiga principalmente los mecanismos y bases neuronales de la toma de decisiones en esta materia.
Al pagar impuestos decidimos renunciar a una ganancia inmediata para contribuir a bienes colectivos o al bienestar de otros menos pudientes. ¿Pagamos sólo por obligación? En el juego económico del "dictador", un jugador (el proponente) tiene una cierta cantidad de dinero que debe repartir con otro (el receptor) en la proporción que desee. En la mayoría de los casos, el proponente divide el dinero en montos similares. La suma ofrecida por el proponente reflejaría sentimientos prosociales, empatía o culpa. Individuos con una erosión de esos sentimientos, como psicópatas y pacientes con lesiones adquiridas en las regiones que conforman el "cerebro social", ofrecen sumas significativamente menores. En la variante llamada "juego del ultimátum", el receptor puede rehusar el monto ofrecido, en cuyo caso ninguno de los jugadores recibe dinero. Contradiciendo teorías económicas clásicas que postulan que cualquier ganancia es preferible a ninguna, reparticiones no equitativas (en promedio menores al 20%) son generalmente rechazadas. Este rechazo constituye un castigo altruista: al sancionar a quien no coopera, el receptor incurre en un costo. Estudios con imágenes funcionales muestran que el rechazo de ofertas injustas se asocia a la activación de la ínsula anterior, región cerebral que procesa emociones de aversión. Individuos más cooperadores en el juego del ultimátum, es decir, más proclives a repartir equitativamente, presentan una mayor activación del "cerebro social". Ambos juegos muestran que nuestros comportamientos no están guiados por una valoración unívoca del dinero: tendemos a repartir equitativamente y no estamos dispuestos a tragarnos la rabia frente a una injusticia, aun si eso nos diera ganancias.
Pero la equidad no es un sacrificio: tanto donar dinero como actuar justamente activan los circuitos de recompensa cerebral, sugiriendo que estos actos son placenteros. Más aún: violentar nuestra tendencia natural de aversión a la injusticia e inequidad tiene consecuencias negativas en la salud. Richard Wilkinson y Kate Pickett muestran en The Spirit Level que la inequidad social se asocia a peores índices de salud mental y física en todos los niveles socioeconómicos, incluso en países ricos. La neuroeconomía y la epidemiología muestran que no somos adeptos naturales de Mammon, el demonio de la avaricia material. A fin de cuentas, pareciera ser que pagar impuestos puede ser un acto gratificante si entendemos que con ellos contribuimos a generar más equidad y justicia social.