En todos los países de América latina y el Caribe hay una crisis de aprendizaje, ya que una proporción importante de los estudiantes no están pudiendo desarrollar los saberes y habilidades mínimos esperados para su etapa de formación. El estudio regional TERCE, hace algunos años, encontró que 6 de cada 10 niños de Latinoamérica tienen dificultades para alcanzar niveles básicos de comprensión lectora, esto es localizar información explícita claramente distinguible, extraer conclusiones de ideas evidentes, inferir el significado de palabras familiares y reconocer tipos de textos de estructura conocida.
Es necesario redoblar los esfuerzos orientados al mejoramiento educativo, más aún en el contexto actual de pandemia que puede agudizar las desigualdades de aprendizajes, toda vez que las barreras de acceso tecnológico dejan fuera a una buena parte de estudiantes que no tienen equipos, conexión a Internet o plataformas adecuadas.
El análisis curricular ERCE 2019, dado a conocer hace unos meses por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE) de la Unesco, y que contó con la participación técnica del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile, buscó ser un aporte en esta reflexión.
En dicho estudio se observó, en el área de Lenguaje, una menor presencia de aprendizajes vinculados a la reflexión y evaluación sobre los textos, una habilidad indispensable en estos tiempos para el desarrollo del pensamiento crítico y la ciudadanía, más aún en un contexto en que las personas se vinculan cada vez más con textos de disímil calidad, con información inexacta o sesgada, tanto en formato impreso como digital.
Otro elemento que emergió como un eje prioritario para la reflexión es la resolución de problemas. Esta última es una competencia transversal tanto en el currículo chileno como en el de los países de América Latina, y en el análisis curricular ERCE 2019 la encontramos tanto en Matemática como en Ciencias. La resolución de problemas se expresa cada vez que a los estudiantes se les presentan situaciones frente a las cuales no tienen una forma prevista de abordarlas, siendo una herramienta muy poderosa para deliberar, intercambiar ideas, poner en juego saberes de distintas asignaturas, trabajar colectivamente y tomar decisiones. Con ello también se fortalecen otras habilidades relevantes para desenvolverse en este mundo cada vez más complejo, como el pensamiento crítico, la comunicación de ideas y opiniones, la creatividad y el razonamiento.
No existen recetas mágicas para mejorar los aprendizajes, pero los estudios de Unesco sí han dado luces sobre algunos elementos clave que se pueden considerar. Es fundamental que las familias y los profesores y profesoras confíen y tengan altas expectativas en sus hijos y estudiantes. Así, todo lo que los adultos decimos a una niña o niño pasa a ser parte de su marco de posibilidades, por lo que tenemos que estar conscientes de nuestras palabras y prácticas formativas.
Por otro lado, cuando los adultos son empáticos, y confían en las capacidades de los niños, niñas y jóvenes, se despliega el potencial transformador de la educación, pues desde esa contención los estudiantes son capaces de aprender con menos restricciones para desplegar sus talentos. Lo anterior, sin duda, es una fuerza motora que los moviliza a esforzarse para cumplir sus proyectos de vida.
En contexto de pandemia, resulta por tanto indispensable identificar dónde está cada estudiante en su trayectoria de aprendizaje y apoyar a los profesores para que sean capaces de mediar el desarrollo y consolidación de las competencias básicas. Sin resolver esto, será difícil avanzar hacia las habilidades del siglo XXI. Este es un gran desafío que enfrentan todos los países de nuestra región, y Chile, por su puesto, no está exento.
La Tercera
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