Cuál es el sentido y utilidad que los estudiantes chilenos atribuyen a la elección de carrera y universidad, cuál es la idea de calidad que tienen, cuánto pesa la acreditación y qué tipologías pueden construirse sobre las lógicas de elección. Esos fueron los tópicos investigados a través de un estudio realizado por el CIAE de la U. de Chile para la Comisión Nacional de Acreditación (CNA), cuyos resultados fueron publicados en el último número de Cuadernos de Educación de la CNA.
Se trató de un estudio cualitativo, realizado a partir de entrevistas semi-estructuradas a jóvenes de distintas clases sociales y a sus familias. Con ello, se elaboró una tipología de electores según género y clase social.
El estudio encontró que ser profesional resulta clave para los estudiantes y sus familias en lo que respecta a su desarrollo individual y su inserción en la sociedad. Se trata de la primera decisión importante en la vida, con la que comienza, en gran medida, la autonomía. También permite exhibir a los demás un logro relevante de cómo fue la labor parental.
El estudio sugiere que, en general, los jóvenes conocen la acreditación de institución y de carrera, aunque no en detalle, sino solo como distinción binaria (acreditada no/acreditada) y de grado (años). Además, para ellos, resulta deseable matricularse en programas y planteles acreditados no sólo por el acceso a ayudas económicas, sino también porque perciben que una institución no acreditada debe ser evitada.
La elección de institución y los segmentos
Por su reducida escala, el estudio simplificó la diversidad de clases del país (ver nota al pie) y tomó como perteneciente a la clase alta o aventajada a jóvenes cuyos padres se desempeñan como altos empresarios, directivos de empresas o profesionales de prestigio e ingresos. El resto de los casos -catalogados aquí como de segmento medio y bajo- pertenece a las otras ocupaciones: otros profesionales, técnicos, y trabajadores sin estudios terciarios. En base a esta diferencia, el estudio identificó tres tipos de electores.
El elector de clase alta tradicional (fig. 1) está interesado en las mejores instituciones (líderes del CRUCH) y postula como primera opción a carreras clásicas y con el puntaje en la PSU más alto posible. Para él, la acreditación tiene un sentido de certificación y es casi de nula utilidad para decidir dónde estudiar. Las instituciones elegibles son fundamentalmente las dos líderes del CRUCH, que se diferencian entre ellas por su sello e identidad cultural propia. La Universidad de Chile es vista como más heterogénea, pero tiene el peligro del “paro”. La Universidad Católica se percibe como más ordenada, pero tiene el costo de una mayor homogeneidad. Para estos sectores, calidad equivale a lo que la literatura de la educación superior reconoce como excelencia: refiere al cultivo del conocimiento, investigación y apertura al mundo.
En este segmento alto, los investigadores encontraron un nuevo perfil: el nuevo elector de clase alta, cuya decisión está marcada no sólo por la obtención de un puntaje PSU insuficiente para ingresar a universidades de elite del CRUCH. Para él o ella, la tradición no es válida, pues ve a las universidades como instituciones que emiten títulos profesionales igualmente válidos. A veces, incluso, asoma una crítica a las instituciones tradicionales por su crisis y decadencia. Es decir, mientras el elector tradicional de clase alta busca abrir el mundo, el nuevo elector le teme a la diversidad. A pesar de ello, rechazan las universidades masivas.
Los segmentos medios y bajos también presentan distinciones entre electores tradicionales y nuevos.
El elector tradicional de segmento medio y bajo (fig. 1), opta por carreras que conoce, y apunta a los planteles líderes y/o adyacentes al CRUCH. Para este joven, la obtención de un puntaje relativamente alto es una confirmación de la aptitud académica, y un gatillante social de transformación de la expectativa del resto hacia él o ella. Es un camino que no es para todos, y que debe merecerse.
En cambio, el elector nuevo de segmento medio y bajo (fig. 2) prefiere planteles de reciente creación y carece de antecedentes familiares de acceso a la educación superior, por lo que no tiene un conocimiento cultural heredado sobre la enseñanza terciaria. Para este joven, la universidad se resignifica: ya no es la cumbre de la sociedad, sino que es una herramienta a disposición de todos/as. El ser profesional resulta así el camino universal, también para los que están en una condición media (de rendimiento académico). Si bien para ellos el ser profesional es un imperativo para “ser alguien en la vida”, lo que asegura tal logro es el esfuerzo individual que se puede realizar en cualquier plantel. Para ellos, la experiencia universitaria se asemeja a la escolar, pero en estrecha relación con la expectativa de un empleo y la imagen de valía propia en relación al resto.